Cierto príncipe, cazando por las montañas de la lejana Birmania, vio revolotear por los alrededores un precioso pájaro de alas doradas. Fascinado por el ave, la fue siguiendo, trasponiendo profundas quebradas y angostos senderos, hasta que llegó a una colina en la que se veían blancas estatuas.
Cuando se disponía a subir hasta la cumbre, se le apareció un ermitaño que le dijo:
- ¡Ten cuidado!... En esa colina habita una bruja que envía el pájaro dorado para atraer a los caminantes. Si te encuentra, te convertirá en estatua de mármol; pero si logras asirla por los cabellos, antes de que ella te vea, quedará impotente.
El príncipe dejó de perseguir al pájaro y, trepando por el lado opuesto de la colina, descubrió a la bruja, que en ese momento le daba las espaldas. Se acercó cauto y la asió por los cabellos. Ella comenzó a proferir tan tremendos alaridos, que la colina comenzó a trepidar, pero el príncipe no la soltaba.
- Bueno, príncipe, ¿qué deseas? - dijo por fin la bruja.
- Que devuelvas a la vida a estas estatuas y me entregues el pájaro dorado, le respondió el príncipe.
La bruja entregó el pájaro al príncipe, el cual, fascinado por su hermosura, lo besó con pasión. Entonces, al contacto de sus labios, trocóse el ave en una bellísima joven. Luego, dirigiéndose a la estatuas, proyectó sobre ellas su delicado aliento, convirtiéndolas de nuevo en apuestos adolescentes. El príncipe dejó entonces libre el cabello de la bruja, la cual desapareció para siempre.
Y todos, satisfechos y alegres, regresaron a la ciudad donde la joven y el príncipe no tardaron en casarse, gozando de dulce dicha durante larguísimos años.
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