domingo, 21 de mayo de 2017

EL PRIMER SEXO (Fragmento) por Helen Fisher

Helen Fisher

EL PRIMER SEXO
(Fragmento)

por Helen Fisher


Una nueva urbanidad sexual

Es posible que en las décadas venideras se generalicen aún más entre las mujeres ciertos experimentos sexuales, como el ciberespacio, la promiscuidad y el sexo pagado. Pero la mayoría está sencillamente volviendo a unas formas ancestrales de la sexualidad femenina: escarceos sexuales en la adolescencia, una vida sexual más libre antes del matrimonio y más experimentos sexuales dentro del matrimonio. Este avance hacia una libertad sexual para las mujeres se está dando en muchas sociedades del mundo; la doble moral sexual está desmoronándose. Y varias fuerzas acelerarán el proceso. Entre ellas, el auge de la vida urbana, los mayores niveles de educación, la contracepción, el divorcio, las familias reducidas, la televisión vía satélite, Internet, el poder económico de las mujeres y su férrea determinación.

Las costumbres sexuales están cambiando. Cada vez son más las mujeres que reivindican sus derechos sexuales y reproductivos, que se reúnen en congresos nacionales e internacionales para establecer líneas de acción, que presionan a los gobiernos en las cuestiones que atañen directamente a las mujeres, que denuncian los desmanes sexuales en los centros de trabajo y en el hogar y que ganan casos de acoso en los tribunales. En las oficinas, en las escuelas, en las universidades, en los restaurantes, bares y dormitorios de un extremo al otro del mundo, los hombres están adoptando una perspectiva más femenina de la cortesía sexual. Las mujeres están feminizando el erotismo.

"El erotismo es el león más viejo de todos". Eso dice un proverbio italiano. En su lucha por defender los estándares femeninos de conducta sexual, las mujeres han empezado a controlar poco a poco ese ancestral apetito humano y a crear un ambiente internacional de urbanidad sexual.

La eterna debilidad del hombre: la belleza

A juzgar por nuestra investigación preliminar de esta especie de locura, así como por los escasos datos que ofrece la bibliografía psicológica al respecto, ambos sexos sienten el apasionado amor romántico con una intensidad a grandes rasgos semejante. La naturaleza no ha hecho inmune a esta fiebre ni a los hombres ni a las mujeres. Pero, indudablemente, ambos sexos han desarrollado gustos diferentes con respecto a quién encuentran atractivo o atractiva.

A los hombres los hechiza la belleza

El psicólogo David Buss, de la Universidad de Texas, en Austin, y sus colegas pidieron a más de diez mil personas de 37 sociedades distintas que examinaran una lista de 18 características esenciales y las colocaran por orden de importancia a la hora de elegir cónyuge. Es interesante observar que hombres y mujeres pusieron muchas de esas características exactamente en el mismo orden de importancia. El amor o la atracción mutua era el primero para ambos sexos. Seguidamente venía un carácter fiable, madurez y estabilidad emocional y una buena predisposición. Tanto los hombres como las mujeres querían también que su cónyuge fuera amable, inteligente y sociable, que gozara de buena salud y tuviera una buena formación y que se interesara por la casa y la familia.

Desde el país de los zulúes a Polonia, de Colombia a Taiwán, a los hombres les preocupaba más que a las mujeres el aspecto físico de su cónyuge, particularmente su juventud y su belleza. En los anuncios de la sección de contactos de los periódicos y revistas los hombres suelen recalcar con más frecuencia que las mujeres la importancia de la hermosura en la pareja que buscan. Y Buss mantiene que esta preferencia masculina por la juventud y la belleza es hereditaria. La piel joven, los dientes blancos, los ojos ardientes, el cabello brillante, los músculos firmes, una figura grácil y una personalidad optimista: éstos son los signos visibles de la salud, la juventud y la vitalidad. 

En realidad, unas medidas de cintura y caderas proporcionales, la piel limpia de impurezas, los rasgos faciales infantiles y los pies pequeños son características que se asocian con altos niveles de estrógenos y bajos niveles de testosterona, indicadores de buena salud para la reproducción. Sin saberlo, los indios yanomamis de la selva amazónica describen sucintamente esta perspectiva darwiniana. Llaman a las mujeres más deseadas moko dude, "perfectamente maduras".

Puede que las mujeres deploren este gusto masculino por la juventud, la belleza y la figura grácil y sinuosa, pero muchas de ellas explotan sin piedad esta vulnerabilidad masculina. En algunas zonas del Amazonas las mujeres llevan un cordón alrededor de la cintura. De éste sale una cinta que recorre los labios de la vulva y sube entre las nalgas para luego enlazarse alrededor del cinturón formando una borla que se balancea sobre el trasero cuando andan.

Las norteamericanas no somos mucho más vergonzosas. Nos pintamos los ojos, nos damos colorete en las mejillas, nos perfilamos los labios y nos alisamos el cutis con maquillaje para parecer más jóvenes. Embutimos los pies en estrechos zapatos de tacón para que parezca que tenemos los pies más pequeños. Nos teñimos el pelo de rubio, del dulce amarillo del cabello infantil. Algunas pagan grandes sumas a los cirujanos para que les pongan narices de niño pequeño, para que les estiren los tejidos de los músculos faciales o para que les absorban la grasa de las nalgas o de las pistoleras a fin de conseguir las proporciones "correctas". Y las mujeres de todas las edades llevan sujetadores para elevar el busto, minifaldas, ceñidos cinturones y medias de rejilla para parecer jóvenes y voluptuosas. 

Parece que las mujeres saben que estos aderezos son una forma de anunciar su buena salud a los hombres. Y muchas encuentran cada día más fácil exhibir juventud y belleza gracias a la floreciente industria cosmética y a la no menos floreciente cirujía plástica.

Como los hombres son tan sensibles a los signos visuales -los más inmediatos y evidentes-, por lo general se enamoran más de prisa que las mujeres.

Recursos amorosos femeninos

"La gran cuestión que nunca ha encontrado respuesta y que yo tampoco he sido capaz de responder, pese a mis treinta años de estudio del alma femenina, es: ´¿qué desea la mujer?´". Esto le decía Freud en una carta a Marie Bonaparte.

Hoy día los científicos han empezado a saber lo que desean las mujeres. y al igual que los hombres, no todas desean lo mismo. Pero, en general, las mujeres se enamoran de los hombres que tienen recursos, los hombres con dinero, con educación y con una posición social -unos bienes parecidos a los que necesitaba la mujer prehistórica para criar a sus pequeños-. A las mujeres les atraen los hombres que se sientan con pose relajada, se arrellanan, asiente poco y gesticulan mucho, signos todos ellos de dominio.

Las mujeres tienden a interesarse por los hombres que son entre tres y cinco años mayores que ellas, que se muestran industriosos y ambiciosos y que son respetados en su entorno. También les gustan los hombres inteligentes. Aunque a ambos sexos les gustan las parejas inteligentes, las mujeres están ligeramente más interesadas en tener una pareja estable inteligente. Y a las mujeres, además, les gustan los hombres guapos, preferiblemente aquellos de mandíbula prominente (un signo de elevados niveles de testosterona) o aquellos con un torso moderadamente desarrollado. Las mujeres suelen preferir a los hombres altos, tal vez porque los hombres altos tienden a ocupar posiciones de mayor prestigio en el mundo empresarial, además de ofrecer mayor protección física. Las mujeres también quieren hombres fuertes, con una buena coordinación física y en buen estado de salud. Las fans deportivas harían cola para copular con los jugadores de baloncesto o con los futbolistas. Estas fans no son algo extraordinario. En la selva amazónica, las chicas mehinakúes susurran la palabra awitsiri, "guapo", mientras admiran a los mejores luchadores de su pueblo.

Lo más importante es que las mujeres buscan una pareja estable que comparta con ellas su estatus y su posición económica.

Y a fin de calcular la riqueza, el estatus y la generosidad de un hombre, la mujer ha de estudiarlo. Y eso lleva su tiempo. No significa esto que las mujeres tarden meses o años en valorar un buen corazón o una cartera bien repleta; a veces dos citas o incluso dos horas les bastan. Pero dada la compleja naturaleza del deseo femenino es menos probable que las mujeres se enamoren nada más conocer al futuro objeto de sus desvelos. 


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Si te pareció interesante la lectura de este fragmento de la obra, te invito a consultar el libro completo en el siguiente link:








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